Fue elegido para participar en el concurso de la ONU Best Tourism Villages.
En la provincia de Córdoba hay un pequeño pueblito rural de apenas 2.500 habitantes que conocido por su bella arquitectura colonial, sus calles adoquinadas y que ofrece una interesante mirada al pasado gracias a sus construcciones históricas bien conservadas y una atmósfera encantadora.
Se trata de Villa Tulumba, una localidad pintoresca a la que se conoce como un museo a cielo abierto que compite por ser uno de los pueblos más lindos del mundo, y que está ubicada 134 kilómetros al norte de la Ciudad de Córdoba: es uno de los pueblos más antiguos de la provincia y atesora más de 400 años de historia.
Muchos de los edificios de Villa Tulumba datan de los siglos XVII y XIX y presentan una arquitectura de estilo colonial tradicional: muchas de las casas fueron construidas con adobe y el centro histórico es, en verdad, una joya arquitectónica de la época: está bien conservado y es un imperdible a la hora de visitar este pueblito.
Villa Tulumba fue conformándose como localidad a partir de 1585 y recién en 1675 se asentó sobre tierras de los sanavirones. Sus orígenes se deben a las antiguas estancias concedidas como merced a los primeros conquistadores españoles. Su fundación data de 1803, año en el que Villa Tulumba fue elevada a villa real por Cédula Real de Carlos IV de España, siendo la única villa de Córdoba en la historia fundada por una real ordenanza española.
Este pequeño pueblo cordobés tiene 64 manzanas, en 2017 fue declarado como un “pueblo auténtico” por parte del Ministerio de Turismo de la Nación y es ideal para descubrirlo caminando: en el corazón del casco histórico se encuentran las “cuatro esquinas”, un sitio encantador que fue fuente de inspiración de muchos artistas. Continuando por la Calle Real se llega a la casa la familia Reynafé, autores intelectuales del asesinato del caudillo riojano Facundo Quiroga en 1835.
Y, poco más allá, en Los Manantiales se conserva la casa de don Guillermo Reynafé, padre de nueve hijos, entre ellos los políticos y militares que pasaron a la historia como responsables de la tragedia de Barranca Yaco.
Casonas antiguas
Parte de la historia de Tulumba puede leerse en las mayólicas frente a las casonas del casco céntrico. Dos de las viviendas de los siglos XVIII y XIX están abiertas al público. Una, de 1850, es la casa del padre Hernán Benítez, quien fuera el confesor de Eva Perón. La casona resguarda y exhibe documentos que datan de 1603. La otra es la más antigua en pie, de 1750, en la que funciona la Oficina de Cultura y Educación. Tiene características únicas, con paredes de adobe, gruesos muros y techo de cañizo.
Un poco más allá se encuentra el paseo de los inmigrantes, una calle que recuerda a quienes llegaron en distintas épocas, la mayoría europeos y libaneses.
Ya a las afueras, a caballo o en vehículo, se puede llegar al campo de Don Vivas, donde bailara Doña Dominga, según cuenta la chacarera Campo afuera de Carlos Di Fulvio. Allí los visitantes pueden vivir una auténtica peña con comidas tradicionales en medio del monte virgen.
La Virgen del Rosario
La guía turística Laura López Zambrano cuenta que la formación del pueblo está muy ligada a la Virgen del Rosario y a la religiosidad de los feligreses. Relata que los primeros pobladores fueron los miembros de la familia del portugués Antonio Ataide, quien se encargó de llevar al pueblo, en 1650, la imagen de la Virgen tallada en madera. Se conserva en perfecto estado, original y sin restauración, en la iglesia Nuestra Señora del Rosario. El templo fue construido en 1881 en reemplazo del antiguo levantado en 1700, que hoy está en ruinas, pero tiene gran valor arqueológico.
La iglesia es una de las más bellas de la provincia de Córdoba, que se levantó, en parte, gracias a las donaciones del pueblo. La mandó construir el cura español García Colmena y la piedra fundamental la puso fray Mamerto Esquiú, por entonces obispo de Córdoba.
López Zambrano cuenta que la imagen de la Virgen comenzó a atraer a los españoles que se instalaron en el lugar y que la vieja capilla pronto quedó chica para la cantidad de fieles que llegaban con sus promesas. Aún hoy, Tulumba recibe a miles de fieles los primeros días de octubre durante las fiestas patronales. La imagen está vestida y tiene cabello natural, que donan los fieles cada año.
En los muros perimetrales internos de la iglesia se pueden ver coloridas pinturas murales del artista plástico Martín Santiago y el tabernáculo barroco de arte jesuítico del siglo XVII de una sola pieza, de cedro paraguayo pintado en hojas de oro que fue realizado por los guaraníes de las misiones para la Compañía de Jesús en Córdoba. Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, el tabernáculo llegó a la Catedral de Córdoba, pero en 1805, fue llevado a Tulumba.
Junto a la imagen de la Virgen se encuentra un Cristo articulado con rasgos mestizos, que data del 1800. “Cuenta la gente que lo hizo un descendiente de nuestra cultura primitiva, los sanavirones, porque tiene sus rasgos y una herida en el lado izquierdo, cuando todas las imágenes de Jesús la tienen del derecho”, subraya Laura López Zambrano.
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